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El abanico es una pieza fundamental dentro de las costumbres francesas de finales del siglo XVIII, siendo un objeto de representación femenina y cargado significado, especialmente en el arte de la seducción y la comunicación codificada, aunque también a través de la simbología y los estilos de las escenas representadas en su decoración. Se trata de un accesorio que se introdujo por primera vez en Europa en el siglo XIV, importado de Japón y China por la Compañía de las Indias. En cualquier caso, pronto se convertiría en un objeto extremadamente popular en Europa, especialmente entre las clases pudientes. Estos primeros abanicos no eran plegables, sino que se trataba de una pantalla sujeta por varillas y un mango. El abanico plegable, tal y como lo conocemos hoy en día, se introdujo a mediados del siglo XVI a través de los comerciantes portugueses que viajaban a Japón. En Francia quien lo popularizó fue María de Médicis, a través de su matrimonio con Enrique IV.
El siglo XVIII es la época de esplendor del abanico, llegando a convertirse en un objeto indispensable para complementar la indumentaria femenina. Pasó a ser un aliado en las relaciones sociales y, sobre todo, en los asuntos amorosos: las damas enviaban mensajes codificados a sus amantes a través de los abanicos. De hecho, existía todo un lenguaje del abanico, utilizado para el arte de la seducción en la corte. Con esto cobra importancia no solo el objeto, sino su manejo real, la forma en la que se utiliza. Asimismo, a través de su decoración y de sus materiales se construyó un lenguaje iconográfico que hablaba de la portadora del abanico: indicando sus intenciones, en quién estaba interesada, su posición social, etc.
En Francia el momento dorado del abanico se alcanzó con Luis XV de Francia. Su uso se extenderá en todas las capas de la sociedad, aunque caracterizará fundamentalmente a las mujeres de la nobleza. Se convertirá así en una pieza de representación para mujeres tan importantes como Madame de Pompadour o la propia María Antonieta, que lo puso de moda usándolo como regalo para todas las mujeres de su círculo íntimo. En consonancia con la moda del momento, que afectaría a la vestimenta, al arte y al mobiliario entre otras cosas, los abanicos aumentarán su tamaño (hasta vuelos de 180º) y serán decorados con profusas decoraciones de temas mitológicos, históricos, campestres e incluso retratos, realizados en diversas técnicas como el bordado, el calado, el grabado o el pintado. También encontraremos lujo y variedad en los materiales: varillajes de nácar o marfil y países de papel o vitela. Observamos que se introducirán nuevos modelos, destacando la montura de esqueleto que aparece bajo el reinado de Luis XVI, que se componía por varillas muy separadas y país de seda decorado con escenas galantes y lentejuelas.
Con la Revolución Francesa se prohibió el comercio exterior de abanicos, pues se consideraba en palabras de la Convención “un producto inútil, superfluo y fantasioso”. También se cesó la importación de materiales de calidad, por lo que durante el periodo revolucionario la industria abaniquera empezó a hacer uso de materiales más humildes como la asta o la madera. Los prejuicios y el cambio de las políticas de importación y exportación afectarán notablemente a la producción de abanicos en la Francia revolucionaria. Vemos que los abanicos se utilizan todavía, pero no tienen el mismo valor que durante el Antiguo Régimen, ya que en un principio se les asigna un valor de objeto de lujo, de distinción social y de representación del poder y de la moral seductora que se quería derrocar. Con esto se establece un nuevo decoro entorno al abanico, desapareciendo esa función social que lo había caracterizado en los últimos siglos.
Pese a todo, el abanico no dejó de ser un soporte privilegiado para la representación de temas iconográficos relacionados sobre todo con acontecimientos contemporáneos, manteniendo su función como espacio para transmitir mensajes. Al convertirse en un testimonio de su época, supuso un interés mantener su producción, siendo los centros principales de la industria abaniquera las ciudades de Andeville y Méru, dedicadas tradicionalmente a trabajar el abanico.
Los abanicos revolucionarios mantuvieron un estilo popular, dirigido a un público menos pudiente, siendo soporte de escenas que ensalzaban la libertad o que criticaban abiertamente a los enemigos de la Revolución, especialmente a la nobleza. Observaremos la aparición habitual en los abanicos de la divisa “Mort ou Liberté”, así como la representación de escenas patrióticas. También servían como un espacio de representación de las canciones compuestas en honor de la Revolución.
FOTO CABECERA: La tumba de Marat. Francia, 1793. Montura en hueso. Museo del abanico de París
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